La juventud de Pedro I y su ascenso al trono

Pedro I nació el 30 de agosto de 1334 en Burgos. Era hijo del rey Alfonso XI de Castilla y María de Portugal. Su infancia estuvo marcada por la ausencia de su padre, quien mantenía una relación con Leonor de Guzmán, madre de varios hijos ilegítimos que más tarde jugarían un papel clave en su reinado.

Cuando su padre Alfonso XI falleció en 1350, Pedro heredó el trono con solo 16 años. Sin embargo, el poder real estuvo inicialmente en manos de su madre y del influyente noble Juan Alfonso de Alburquerque, quien intentó fortalecer su posición controlando las decisiones del joven monarca. En este contexto, Pedro fue comprometido en matrimonio con Blanca de Borbón, una unión que tuvo graves consecuencias políticas.

Destitución de Alburquerque y traición de los bastardos de Alfonso XI

Al poco tiempo de asumir el trono, Pedro comenzó a distanciarse de la influencia de Alburquerque. La nobleza castellana estaba dividida en facciones, y Pedro, buscando consolidar su poder, destituyó a Alburquerque y lo exilió en 1353.

Al mismo tiempo, los hijos ilegítimos de Alfonso XI, encabezados por Enrique de Trastámara, comenzaron a conspirar contra Pedro. Viendo su posición en peligro, Pedro I se vio obligado a enfrentarse a sus propios hermanos, quienes recibieron apoyo de la nobleza descontenta y del reino de Aragón.

El conflictivo matrimonio con Blanca de Borbón

Uno de los episodios más polémicos del reinado de Pedro I fue su matrimonio con Blanca de Borbón en 1353. Blanca, de origen francés, era una pieza clave en la estrategia diplomática con Francia, pero el matrimonio fue un desastre desde el principio.

Apenas 48 horas después de la boda, Pedro repudió a Blanca y la encerró en prisión, acusándola de conspirar contra él. Sin embargo, se dice que su verdadero motivo fue su relación con María de Padilla, una noble castellana con la que ya tenía una fuerte conexión.

La decisión de Pedro de apartar a Blanca provocó la ira de Francia y del Papa, quienes condenaron su actitud. Además, su propio hermanastro, Enrique de Trastámara, usó este hecho para justificar su rebelión posterior.

La guerra con Aragón y el enfrentamiento con la nobleza

El reinado de Pedro I de Castilla estuvo marcado por una profunda crisis política interna y una tensa relación con los reinos vecinos, especialmente con Pedro IV de Aragón. Esta enemistad derivó en una serie de conflictos que debilitaron aún más su posición. Al enfrentarse también con la nobleza castellana se quedó sin aliados cuando más los necesitaba.

Las tensiones con Aragón y la guerra

Desde el inicio de su reinado, Pedro I mantuvo una relación hostil con Pedro IV de Aragón, conocido como el Ceremonioso. Aragón y Castilla eran reinos rivales, y las disputas territoriales en el Mediterráneo y la península ibérica aumentaban la tensión. Pedro IV no veía con buenos ojos la política expansionista de Castilla y, además, apoyaba abiertamente a los enemigos internos del monarca castellano.

Uno de los momentos más importantes es en 1356, cuando estalla la «Guerra de los Dos Pedros», un conflicto que se extendió hasta 1366. Pedro I, decidido a consolidar su dominio, ordenó ataques en tierras aragonesas, mientras que Pedro IV respondió con incursiones en Castilla. Ambos reyes libraron una guerra de desgaste, con batallas menores, asedios y saqueos en sus respectivas fronteras.

Uno de los puntos clave de la guerra fue la alianza de Aragón con Enrique de Trastámara, el hermanastro de Pedro I y su principal rival. Pedro IV apoyó activamente la rebelión de Enrique, proporcionándole refugio, suministros y, más tarde, tropas para combatir contra el rey castellano. Este apoyo aragonés resultó fundamental para el futuro de la guerra civil castellana.

El conflicto con la nobleza castellana

Paralelamente a la guerra con Aragón, Pedro I enfrentaba una rebelión dentro de su propio reino. La nobleza castellana, acostumbrada a influir en las decisiones reales, se encontró con un monarca que intentaba centralizar el poder y limitar su influencia. Su política de castigos severos y ejecuciones de nobles sospechosos de traición generó una fuerte oposición.

Uno de los episodios más importantes fue la ejecución de Fadrique Alfonso de Castilla, maestre de la Orden de Santiago y hermano del rey. En 1358, Pedro lo mandó asesinar en el Alcázar de Sevilla, lo que envió un claro mensaje a la nobleza: no iba a tolerar ninguna deslealtad. Sin embargo, este tipo de acciones no hicieron más que fortalecer la rebelión contra él.

Con un conflicto interno y una guerra externa simultáneamente, Pedro I quedó cada vez más aislado, facilitando su caída y el ascenso de Enrique de Trastámara con el apoyo de Aragón.

La guerra civil castellana y el papel de Francia

La guerra civil castellana estalló cuando Enrique de Trastámara, con el apoyo de tropas francesas comandadas por Bertrand du Guesclin, lanzó una ofensiva contra Pedro I.

En 1366, Enrique logró hacerse con el control de Burgos y Toledo, forzando a Pedro I a huir hacia Sevilla y posteriormente a Galicia. Sin embargo, con la ayuda del Príncipe Negro de Inglaterra, Pedro consiguió recuperar el trono en 1367 tras la batalla de Nájera. Pese a la victoria, la balanza se inclinó nuevamente a favor de Enrique, quien con el apoyo de Francia reorganizó sus fuerzas y continuó la guerra.

La traición final y la muerte del rey Pedro I

En 1369, Pedro I y Enrique se enfrentaron en la batalla de Montiel, el choque decisivo de la guerra civil. Pedro, derrotado, se refugió en el castillo de Montiel, donde intentó negociar su huida con Bertrand du Guesclin.

Sin embargo, Du Guesclin traicionó a Pedro y permitió que Enrique lo capturara. En un encuentro tenso y violento, los hermanos lucharon cuerpo a cuerpo, pero Enrique, con la ayuda de sus hombres, logró asesinar a Pedro. Se dice que Du Guesclin pronunció la famosa frase: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», sellando el destino de Pedro I y dando inicio a la dinastía Trastámara.

El legado del rey Pedro I

Pedro I dejó un legado contradictorio. Mientras que sus enemigos lo recordaron como un rey cruel y sanguinario, otros lo consideraron un monarca que intentó centralizar el poder y administrar justicia en una época convulsa. Su política de dureza extrema y la guerra constante contra sus propios familiares marcaron su reinado como uno de los más turbulentos de la historia de Castilla.

Su muerte significó el fin de la dinastía legítima de Alfonso XI y el ascenso de los Trastámara al trono, con un nuevo rumbo para Castilla. Sin embargo, su historia sigue generando debate sobre si fue un rey tirano o simplemente un gobernante que luchó contra una nobleza traicionera.


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